martes, 14 de junio de 2011

·Federico Moccia·

De algo estoy seguro.
No podrá quererla como la quería yo, no podrá adorarla de ese modo, no sabrá advertir hasta el menor de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara.
Es como si sólo a mí se me hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos.
Nadie podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno.
Él, incapaz de amarla, incapaz de verla verdaderamente, de entenderla, de respetarla.
Él no se divertirá con esos tiernos caprichos.


Tú y yo a tres metros sobre el cielo...

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